Hoy, durante quizá la única protesta estudiantil de verdad en Colombia en años, vimos a miles de estudiantes, docentes y directivos de instituciones públicas y a uno que otro de privadas rechazando lo que llamaba, "el primer paso hacia la privatización de la educación superior", mejor conocida como la reforma a la Ley 30 de 1992. El lema de la "privatización de la educación" es casi una marca registrada de la izquierda en todo su espectro y usualmente apela sólo al miedo que genera el fantasma del neoliberalismo. Ante esto, la Ministra ha salido una y otra vez a repetir que no se van a privatizar las Universidad y que los recursos públicos en instituciones públicas van inclusive a aumentar. Podríamos recurrir entonces a la figura de la "ignorancia del pueblo", que sirvió para explicar por qué los afganos asesinan a cualquier estadounidense por la quema del Corán, y por qué la gran mayoría de los primeros cree que todo aquel que profesa el Islam es un terrorista. ¿Cómo le podemos pedir a los estudiantes de las instituciones públicas que no digan que se va a privatizar la educación si han sido adoctrinados durante años? Bueno, quizás no estén del todo equivocados...
El tamaño de la protesta deja ver el apoyo que han dado las directivas a los estudiantes, contraria a las situaciones generadas de forma recurrente por extremistas a nombre de las universidades públicas. Puede que sea cierto que el mando de las universidades públicas no va a ser entregado a los privados, como fue el caso de los colegios en concesión, pero el control de las universidades poco a poco va a estar más en manos del sector privado. Inclusive, también va a dirigir las riendas de las universidades privadas sin ánimo de lucro que han sido parte de nuestra sociedad desde sus inicios coloniales. ¿Por qué? Es una cuestión de competencia. La introducción de un sector privado que responde a la búsqueda de rentas implicará una fuerte competencia con las incumbentes. Desde una visión tradicional, esto sólo llevaría a mejoras en el bienestar de los consumidores, los estudiantes... eso es lo que vende el ministerio. Esto está bien para las carreras técnicas y similares, y puede que genere grandes avances en cobertura al mejor estilo de Brasil, el ejemplo que ha salido a relucir en la prensa en los últimos días. Sobre las cuestión de la calidad, puede establecerse un mecanismo regulatorio a través del ICFES que imponga criterios mínimos, y por virtud de la competencia, estos estándares podrían subir con el tiempo.
El otro lado de la moneda aparece porque los clientes de una universidad no son sólo los estudiantes. La universidad compite por contratos de investigación y consultorías. Al entrar a competir con las universidades con ánimo de lucro, para mantener la competitividad, las universidades incumbentes tendrán que ajustar sus programas de investigación hacia la rentabilidad. Si no lo hacen, perderán a sus mejores profesores e investigadores, y eventualmente a sus mejores estudiantes, lo que las marchitaría en el largo plazo. Este sistema creará universidades más eficientes en cuanto a producción científica relevante para el mercado, con salarios altos para los mejores educadores, y con carreras que estén direccionadas a suplir las necesidades del mercado laboral. El escenario no suena mal, ¿o sí?
Lo que está en juego es la autonomía universitaria en el largo plazo. En la actualidad, las universidades tienen agendas de investigación que no necesariamente son completamente rentables. Los dineros públicos financian trabajos que perfectamente podrían no interesar a nadie pero que surgen sólo por el desarrollo de la ciencia. Con el sistema educativo del siglo XXI, la investigación en temas "inútiles", como por ejemplo la historia y el arte, serán cada vez menos importantes. Estaríamos creando un sistema muy bien articulado con la economía, pero que dejaría de lado el desarrollo del conocimiento por sí mismo. ¿Es eso bueno o malo?
Lo que está en juego con el enfoque que sigue el sistema educativo es la visión a largo plazo de una nación. Es cierto que la era de la información impulsó las revueltas en el mundo árabe, pero el movimiento surge de una clase media cada vez más educada al estilo occidental. Es cierto que se necesita la reforma y que las universidades deben articularse mejor con el sector privado y obtener, a través de la contratación y los acuerdos público-privados, recursos adicionales; pero también es cierto que en Colombia la autonomía universitaria es un Derecho por el cuál se ha luchado durante siglos, contra reyes, dictadores y presidentes. El arte, la historia, y otras disciplinas que no son del todo útiles al sector privado, son útiles a la nación en cuanto a la construcción de una sociedad libre y democrática, claves para superar los aspectos negativos de nuestra cultura. Lo triste es que no hay un mercado que remunere estos aportes ¿Qué futuro queremos para el país? Por mi parte, creo que aún hace falta mucha discusión en lo relacionado con esta reforma.
Al respecto recomiendo ver la tesis de Xavier Sala-i-Martin, quien dice que las universidades debería abrirse a la competencia y reducir la regulación y compara eso con lo que ocurre con el Barcelona FC.
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